Un artículo de Carlos Augusto Carrasco, Presidente de la Camara de Comercio, Industria y Servicios de Torrelavega.
Hace no tanto tiempo, tuve la fortuna de escuchar una pequeña historia, una de esas que riegan los recuerdos de muchas personas:
“Cuando mi hija era pequeña, nos gustaba ir a comprar el pan a una diminuta panadería de mi pueblo. Además de buen pan y buena conversación, tenían dulces y golosinas, así que no era raro que saliésemos por la puerta con alguna chuche.
Una de las visitas que más recuerdo coincidió con el cumpleaños de mi hija, que entró corriendo a decirle a la panadera que ya era mayor, que tenía seis años. Al oírlo, la panadera salió del mostrador y, en unos segundos, preparó una brocheta con seis nubes de azúcar de diferentes formas y colores. Mientras lo hacía, le contaba a mi hija que ese era un día muy especial y que había que celebrarlo, así que le deseó un cumpleaños feliz y le regaló la brocheta de nubes de azúcar.
Mi hija se quedó impactada y solo pudo decir gracias. Pero unos minutos después, de vuelta a casa, me preguntó: “Papá, ¿nosotros somos especiales?
Esta es una de las múltiples historias que tienen que ver con nuestro comercio, de cuyo posible final mucho se ha hablado y se hablará, ya que llevamos años escuchando la tan famosa y necesaria reconversión del comercio físico que muchos relacionan con la digitalización y el crecimiento del comercio electrónico. Y cuando en esta estábamos, va y llegó la pandemia, por lo que otra nueva dificultad surgió en el horizonte, debilitando aun más las herramientas de las que disponíamos para seguir. Pero no sólo eso, si no que incluso se sumaron dificultades con las que no contábamos: como competencias de dudosa procedencia, que aprovechan las épocas de crisis para intentar explotar un poco más el bolsillo incauto de los ciudadanos, que reciben como cantos de sirena cualquier gran descuento que se les anuncie, para poder seguir vistiendo con sus marcas preferidas.
Es decir, vestir a la última al mejor precio. Éste es el lema del outlet, que es la cuestión principal que aquí quiero plantear, un fenómeno comercial que ha logrado un auténtico boom gracias a la crisis e Internet, pero que en los últimos tiempos está movilizando al comercio local y ello porque, bajo este glamuroso término, se pueden esconder intereses bien distintos. Desde dar salida a un excedente de producción, liquidar los restos de otra temporada u ofrecer a un precio muy reducido a la ropa con taras, desperfectos o antigua. En su momento ya Industria consideró que creía que este formato podía esconder ventas a perdidas del stock de producción.
El Gobierno, en su día, ya decidió poner coto al boom del outlet en la nueva ley de Comercio minorista allá por el 2010. Ésta consideraba que sólo se pueden vender como saldos “los productos cuyo valor de mercado aparezca manifiestamente disminuido a causa del deterioro, desperfecto, desuso u obsolescencia”, esto es, pasado de moda. Y añadió, que un producto no podría comercializarse como un saldo “por el solo hecho de ser un excedente de producción o de temporada”.
Esto en su día fue así ya que destacaban que se estaban comercializando bajo el cartel de outlet productos de “cambio de temporada” e, incluso, “excedentes de producción forzados” con unos descuentos para el público que correspondían a los saldos. Es decir, con una venta a pérdidas. Mientras que, por otro lado, se estaban comercializando puros saldos –ropa pasada de moda, tarada o deteriorada– con el pujante rótulo del outlet.
El outlet es una modalidad de venta distinta y novedosa, considerada como la segunda oportunidad para los productos. Es decir, para aquellos que no han salido al terminar la temporada, rebajas incluidas y se ofrecen con las mismas garantías de calidad.
Los empresarios creen que la indefinición legal ha acabado distorsionando el formato outlet, hasta suponer, en algunos casos, un engaño para los consumidores o una competencia desleal de precios entre las empresas textiles, que afecta directamente al comercio interior de las Comunidades Autónomas y sus municipios, aferrados a impulsar un comercial local muy dañado por la situación de la pandemia, y donde la visita de empresas foráneas desplaza las ventas sin duda a empresas de fuera de la región, y que nada tienen que ver con las políticas y estrategias actuales de impulso del comercio local o de comercio interior de los Ayuntamientos, por lo que la presencia de ese comercio local se hace imprescindible para la justificación de su celebración.
El marco definido por la nueva ley de Comercio minorista del Estado para los outlet deja claro que deberá ser aplicado por las comunidades. La inspección de los ejecutivos regionales será, por tanto, la encargada de vigilar estos formatos y sancionar los posibles abusos, por lo que en sus manos esta el control de estas actividades.
Volviendo al concepto de “la venta a pérdidas”, es un concepto que se define como tal en la ley de Competencia Desleal. Sin embargo, la norma de comercio minorista alude a conductas prohibidas como la de “alcanzar los precios de los competidores con capacidad para afectar, significativamente, a sus ventas” o la propia regulación de las ventas de saldos.
Las reglas del juego están claramente definidas, de esta manera la propia legislación así lo recoge: los saldos son una de las excepciones legales para las ventas a pérdidas. Sólo se pueden comercializar por esta vía los productos manifiestamente deteriorados o pasados de moda. Sólo podrán identificarse como outlet las tiendas que ofrezcan productos de fuera de temporada o excedentes de producción. Eso sí, sin aplicar los descuentos propios de los saldos. Las tiendas dedicadas a las ventas de saldos deben identificar los desperfectos, taras y obsolescencia de los productos.
El cartel de outlet ha servido a veces para evadir esta obligación de ahí la necesidad de un estricto control, y por otro lado algunas comunidades, en el caso del uso de espacios públicos, han comprobado si se cumplen los requisitos mínimos de interés general o se si se cumple la legislación de venta ambulante fuera de tiendas físicas entre otras cosas, sin perder el prisma de que estamos en un momento crucial para el comercio local de nuestras ciudades, donde tiene que primar por encima de todo la defensa de sus intereses, dado su papel estratégico en la vida de nuestros barrios, pero también desde una decisión en la que el consumidor también tiene mucho que decir, que es el punto al que quería llegar.
Pero las marcas, aunque no lo crean, también salen perjudicadas. Estamos viviendo claros ejemplos de cómo los outlet están engullendo a alguna marca del sector retail, que ávidas de cumplir sus objetivos de ventas anuales, están dañando la percepción de valor que tiene el cliente, acostumbrándose a comprar ciertas marcas siempre bajo el prisma del descuento, o bajo actuaciones plagadas de irregularidades.
Por otro lado, estamos viviendo una época de la historia en el que el consumidor está en el centro, donde sus decisiones son claves pues marcan y marcarán el futuro: no solo en cuanto a que este sea mas verde o más sostenible, sino también mas humano y, por tanto, no solo como una simple alegoría en el mayor valedor de nuestro comercio local, por lo que tenemos que esforzarnos por intentar que con cada nueva decisión, con cada acto de consumo nos acerquemos más a la historia de las nubes de azúcar, para que como esa niña y como otros tantos puedan seguir atesorando ese tipo de recuerdos y sentirse “especiales”.