Permítanme comenzar señalando cómo la revolución digital y las nuevas tecnologías han transformado la forma en que las personas se relacionan, perciben y sienten. Este cambio ha modificado también la manera en que se conciben los conflictos, dando lugar a un nuevo tipo de guerra, mucho más duradera e imperceptible: la guerra cognitiva. Un fenómeno que debería ser más conocido por la población, dado que convierte a la ciudadanía en instrumento clave. Sin embargo, resulta menos visible porque, aparentemente, no deja cadáveres.
Aunque las estrategias de propaganda e influencia siempre han existido, la sofisticación de las tecnologías digitales y el uso masivo de redes sociales permiten que actores estatales, no estatales e incluso particulares lleguen a audiencias inmensas con contenido diseñado a medida y en tiempo real. La guerra cognitiva lleva la manipulación informativa y psicológica a otro nivel, buscando no solo alterar cómo piensan las personas, sino también cómo reaccionan ante la información. Además, difumina las fronteras entre objetivos civiles y militares, trasladando la aplicación de la fuerza del mundo físico al virtual.
Nos movemos en un terreno donde la realidad cede paso a las sensaciones, las emociones y, por supuesto, a la manipulación mediática, política y social. En este escenario triunfa el relativismo, y los límites entre la verdad y la mentira se desdibujan peligrosamente.
Esto me lleva a recordar cómo Hobbes hablaba del estado de naturaleza como un escenario previo al orden jurídico, gobernado por el deseo de dominar a los demás. En ese estado, la paz solo era posible por el miedo mutuo a los daños que el otro pudiera provocar. Según él, el origen de toda sociedad duradera no es la buena voluntad, sino el miedo recíproco. De ahí surge el Estado, el gran Leviatán, como herramienta para garantizar la seguridad frente a esa amenaza constante.
Hoy parece que, nuevamente, el miedo vuelve a ser utilizado como herramienta de poder, como ya advertía Maquiavelo. Decía que más le vale al príncipe ser temido que amado, y aconsejaba que los actos de rigor se aplicaran todos de una vez, para no tener que repetirlos constantemente.
Y aquí estamos, observando cómo gobiernos desbordados, con dirigentes incapaces de afrontar la magnitud de una crisis económica y social sin precedentes, improvisan medidas cortoplacistas, sin estrategias a medio o largo plazo y sin capacidad de llegar a acuerdos sólidos con otros gobiernos ni con la sociedad civil. Esa ausencia de horizonte alimenta un miedo profundo: el temor a perder lo que se tiene y la incertidumbre sobre lo que puede venir.
De ese miedo surge su otra cara: la inseguridad. Y tras la inseguridad, como advirtió Hobbes, aparecen con frecuencia respuestas que exigen máxima cautela: las políticas autoritarias. Lo son en su origen, porque nacen al margen del diálogo social y de los procesos parlamentarios. Y lo son en su contenido, porque buscan consolidar un Estado vigilante que, en nombre de la seguridad, puede acabar sacrificando principios y valores esenciales del Estado democrático y social de derecho.
Por ello, se hace imprescindible mantenernos especialmente atentos ante la necesidad urgente de proteger nuestro Estado de derecho. Porque, como advertía Hannah Arendt, «la falsedad nunca entra en conflicto con la razón, porque las cosas podrían haber sido como el mentiroso dice que fueron. Las mentiras suelen ser mucho más plausibles, más atractivas para la razón, que la realidad, ya que el mentiroso tiene la gran ventaja de saber de antemano lo que su audiencia desea o espera escuchar. Ha preparado su historia para el consumo público con la mirada puesta en hacerla creíble, mientras que la realidad tiene la desconcertante costumbre de confrontarnos con lo inesperado, aquello para lo que no estábamos preparados».
Frente a todo esto, la respuesta debe ser clara: fortalecer una ciudadanía crítica, informada y activa, que no renuncie a los valores de libertad, diálogo y democracia como único camino para preservar la convivencia y proteger las bases del Estado de derecho frente a quienes pretenden erosionarlas amparados en el miedo y la inseguridad.